Javier Fernández Paupy escribe sobre escritores que escriben. En presente continuo. Es decir, escritores que no pueden hacer otra cosa más que escribir y leer, leer y escribir, casi reversible, casi un continuo. Nada de método ahí, en leer-escribir: se trata de una dualidad que es una forma de existencia. Escribe notas en presente continuo. Escribe sobre el pasado, desde futuros posibles. Esta es otra coordenada. Anotarla. A río revuelto, ganancia del pescador. Esto es una especie de topología del libro. Una especie de catálogo de primeras impresiones. Javier Fernández Paupy pasó a la literatura entera, argentina y no argentina, por una especie de puerta vaivén. Puerta rebatible del tiempo, puerta de bar. Esto tiene algunas implicancias metafóricas básicas: primera ley termodinámica de las puertas vaivén: si no te apurás a pasar, una de las hojas de la puerta puede llegar a impactarte de lleno. Te tenés que apurar. Tenés que poner el cuerpo de cierta manera. Es casi una cuestión de ritmo, casi de contorsión. Tenés que inclinarte, primero hacia una de las hojas, después hacia la otra. Y casi como un arlequín en plena acción, podés llegar a tener chances de pasar ileso. Algo de ese arte hay al adentrarse en el libro de Fernández Paupy, Picando piedras. Notas de lectura, editado por Tammy Metzler. Querer salir ileso, al entrar y salir de este libro, resulta bastante iluso. Me abro paso en las notas sueltas. Se trata de un libro de notas sueltas. Por otro lado, el libro articula una especie de lista secreta, opción que me gusta más, que refleja más el espíritu real del libro.
Anoto algunas palabras sueltas sobre el libro, como quien trata de desmalezar en vano, ubicando términos con posibles derivadas y consecuencias. Encuentro en las lecturas de los primeros días, junto a las citas de las citas del libro de Javier, algunas palabras que me obligo a pensarlas, y las incluyo ahora acá. Encuentro en esos días incipientes estas otras: materia oscura, vociferaciones, daguerrotipos, paisajes. Más adelante encuentro otras: timidez, luz tenue, escupidera del lenguaje, no perder de vista: entradas y salideras. Entradas y salideras, la encuentro a lo ancho y a lo largo, varias veces. En el medio de las notas que hice del texto encontré otras, que las recorto también ahora: catálogos, hendiduras, dialectos, bocanadas, arenas movedizas. Toque de queda. Toque de queda todavía me sigue haciendo ruido. No sé bien por qué incluí eso en esa madeja, pero quiero ser fiel a las primeras impresiones.
Entonces empecé a anudar esa trama de palabras sueltas. Hasta que descubrí que detrás de esas aislaciones había puentes levadizos y ligazones. Se trata de un catálogo de daguerrotipos. Es un catálogo sutil, como una luz de velador. Javier es una persona secreta, parece social y sociable, pero es realmente tímido. De ahí, que por su timidez, esas notas, esos daguerrotipos, parezcan una derivación de su misma psicología íntima y de su personalidad: un catálogo mirado con la mirada de soslayo, de costado, de refilón. El tipo que espía a alguien muy minuciosamente detrás de unos anteojos de marcos gruesos. Casi un anteojo que esconde los ojos de la mirada. Sin embargo, los ojos son capciosos, juguetones, y observan bien todo. Observan y escuchan, esos ojos. Casi que escuchan con los ojos. Esa mirada de soslayo, vuelve a esas notas una materia sideral oscura. Parece aleatoria, parece random, parece un detritus espacial. Pero nada más alejado de la realidad del cuerpo del texto. Están seleccionadas, así como un taxidermista selecciona las piezas que va a disecar. Mano de luces y sombras tenues, mano de contornos y figuras no abstractas, la mano del autor tejiendo retratos al infinito, series, entre esos fragmentos que se pliegan y se repliegan sobre el libro, como boomerangs que tira al vacío y vuelven más tarde, entre paisajes de ensoñación, recodos, páramos y anécdotas de cafés y de bares y de suburbios. Fantasmagorías, ensoñaciones, vociferaciones. Como cosas escuchadas al pasar entre habitúes de bar, esa intimidad logra Fernández Paupy en el libro. Una complicidad entre muertos que no están muertos, y amigos que sin ir más lejos, no están tan lejos.
Hablo de un diario de notas al pie. Casi notitas. ¿Vociferaciones de autores ajenos? No lo creo. Eso parece a priori. Pero casi diría que nada que ver. Tan solo una apariencia que engaña, casi un holograma eso, una trampa tendida inconsciente por Javier Fernández Paupy o deliberadamente adrede. Ningún recorte de autores. Más bien: autores pasados por la palabra de Javier. Autores, escritores, traductores, editores: traducidos por el autor. Está claro que muchas veces se encarga de citarlos fehacientemente. Entre comillas y todo. Pero esto, es solo un despiste, es parte de la cadencia sonora de trampas que nos va a ir poniendo JFP a lo largo del texto. Materia oscura, trampa para osos. Libro-trampa. Libro de citas, libro de notas sueltas soltadas. Libro de trampas, para clandestinos. JFP hizo pasar los escritores esos por su lengua. Los hizo pasar primero por el papel y la tinta, después los masticó bien, y los volvió a escupir en la cara.
Diario de notitas al pie: no. No rotundo: se trata de un diario de notas al costado, calzada reducida de la literatura. Literatura para pocos: casi no autorizada. Calzada reducida: para pocos. Calzada reducida también por la charla que tuvimos en esa terraza, hace unos meses. Ahí nos preguntamos los dos si existía en la actualidad otra forma de hacer un libro bueno. La condición actual es que sean fragmentados, entrecortados, evanescentes. Libro de notas, materia oscura. Libro de entradas ajenas, para salidera propia. Trato de armar mi lista y me queda corta, y sé que no me va a salir en forma de lista. Más que una lista va a ser un inventario, de toda la luz y de todo lo bueno que sentí del libro. Ya la apertura del libro, en la primera cita que levanta, nos debería poner en alerta, o al menos prepararnos para las paradojas internas a las que serás sometido a lo largo y ancho. Notas angostas que se ensanchan más tarde. Anotaciones más largas que tienden a estrecharse a medida que apuras el paso para pasarlas y leerlas. Libro de daguerrotipos deformados, de sombras sinuosas, de calles escarpadas. Libro basilisco: miras demasiado y de golpe, te convertís en piedra. El libro te toma de gato por liebre, y en esa operación, corres el riesgo de quedar de rehén. Así como las entradas son fugaces y furtivas, tenés que tratar de sorberlo de a poco, como un café muy caliente, entrar y salir, sorbitos pequeños, imperceptibles, entrar y salir, interrumpirlo adrede, entrecortarlo. A propósito. Yendo en contra de la tentación de terminarlo rápido. Guiños, muecas, confesiones al pasar, casi confesiones de velador prendido apagándose. Libro de taxidermista. Escabroso. JFP se volvió un maestro de lo tenue, de la sutileza mágica. Ruptura y reconciliación a la vez. Celebraciones y libaciones de tinta. Uno todavía se anda preguntando cómo su autor armó una trama, tejió una especie de hilo conductor deshilachado y casi invisible, a través de sus anotaciones y citas. Algunos trucos de magia tradicionales, del pasaje al acto, de la visibilidad esmerilada y sutil a la invisibilidad absoluta, de la sustitución de personas por objetos y viceversa, del sonido a la luz, sin escalas, y haciendo reversibles las cosas irreversibles. Trucos de mago, de hechicero.
Recorto esta cita: “A lo único que puede aspirar un escritor es a la supervivencia (otro tópico) para poder seguir escribiendo hasta que muera”, Charles Bukowski. Agarro una servilleta del bar en el que estoy, y garabateo en la servilleta marrón horrible esto: Ricardo Colautti, página 17. Sistema de referencias precario de servilletas como señaladores y señuelos. Algo de ese fragmento que recorta JFP de Colautti se me incrusta en el cuerpo, colisiona. Primero sentí una especie de pinchazo agudo, como las esquirlas de un metal repentino que se te clava en un accidente de tránsito, que te perfora piel y tejido de un solo golpe, y todo eso pasa junto y en simultáneo. Algo de esa potencialidad que recorta Javier Fernández Paupy sobre Colautti, cala hondo en el hueso de los que escribimos y leemos. Esa escritura que está en pleno hacer, articulándose, deshaciéndose y haciéndose a la vez, casi ad infinitum, siempre incompleta, fallada, escandida, escindida, siempre recortada y fragmentada, y a su vez, por su misma condición y carácter, tan fidedigna de la realidad, sin caer en realismos baratos o prêt-à-porter. El primer disparador fue eso, lo anoto y dispara pregunta: este libro de JFP, tan íntimo como un diario, tan disperso y agudo como un diario, ¿será acaso un libro de retratos breves y sutiles? Como el fotógrafo urbano que retrata cosas y personas al pasar, al estilo el Jansen de Modiano, en Primavera de perros. Está claro que en JFP las palabras “sutil” y “tenue”, son palabras que cuadran estética y filosóficamente con él y lo refractan, casi lo cristalizan a él en un sistema de espejos. Quien lo conoce en intimidad, sabe que es propenso al don de la timidez, de lo tenue, de la mirada sutil y subrepticia. En un mundo de escritores de relatos de verano, de youtubers, y de artistas que se creen consagrados habiendo hecho tan poco, lo anterior es un elogio.
Pero lo que hay que poner dentro del foco, de la mirada oblicua-Fernández Paupy, es que lo tenue, lo sutil, y todo lo que va deslizando de forma subcutánea, está siempre en fricción, en péndulo, en giro violento. Una fricción similar a la que hay que llevar a cabo cuando uno se enfrenta a un cubo mágico, encastre y desencastre, salir de posición y entrar. Fricciones pasajeras, furtivas, estocadas rápidas. Lo mismo hay que llevar a cabo para que ese libro-artefacto no se te incruste del todo en el cuerpo. Como una hoja de ruta de la pérdida. Hay un hilo conductor, una especie de pequeña trama perdida por ahí pero se trata de algo casi invisible. No es un hilo del que podes tirar. Y cuando empezas a vislumbrar algo, Javier se encarga rápido de eliminar las huellas, los rastros, te corta el hilo de cuajo, y te hace tropezar en el bosque en el que te metió sin que te des cuenta. Ejemplo, en la página 21. Títulos ligados a canciones. Empieza una cadencia y la elimina en breve. Se trata exactamente del reverso del concepto aeronáutico, corrección de deriva. Cada vez que el texto se dirige hacia un lado aparente, Javier lo rescata, lo entrecorta, lo hace fallar, y perder, y lo corrige a deriva. En cuanto las notas arman temas o trama, pasa eso. Es que se trata de la idea madre del texto, a mi entender: que te pierdas ahí, no que encuentres una carta de navegación certera que te lleve a un destino, o una hoja de ruta con certidumbres. La idea debe ser precisamente esa: ayudarte a hacerte perder. Me digo esto y lo anoto. No es el único que le es fiel a algún sistema de anotaciones en cartapacios. Sistema Javier Fernández Paupy: saltos, cabriolas, caídas en cuadernos espiral. Quiebres, fallas geológicas, cartografías rotas. Entiendo el corte que le da al armado de sentido, como una especie de cambio de piel constante del texto. La piel de las notas sueltas, mutantes y cambiantes, notas plásticas, especie de trazo de pincel de pintor.
“Importa poco no saber ubicarse en un libro. En cambio, desorientarse en un libro, como perderse en una ciudad o desviarse de un camino, es un trabajo de la experiencia”. Ahí es donde podemos corroborar la hipótesis, de que JFP establece un sistema de referencias con estas anotaciones que hizo y que volcó al libro. Se trata de coordenadas y de pistas falsas para perderse mejor. Una cartografía rota, inexacta adrede, articulada en el deshilachado. Algo con la mirada oblicua del perfilador. Javier Fernández Paupy se volvió un perfilador. Como esos detectives que construyen perfiles. Construyó los perfiles de su literatura preferida. Construyó los perfiles de los escritores seriales que ama, que disfruta, que padece. Con esas notas que parecen sueltas, como las notas que los investigadores van pegando en la pared, con recortes de diario, información anexa, para ir armando la trama del crimen, de la víctima y del asesino. Las notas sueltas articulan una especie de red, de entramado en forma de serie, que a su vez cumple la función específica de la red: proteger, enmascarar, cubrir. La red protege a los autores de los propios crímenes, caprichos, relatos y anécdotas que el autor describe y teje. Red Javier Fernández Paupy y sistema de perfiles clandestinos. La clandestinidad, una trama que hay que enredar y desenredar a la vez, hacer meter a esos escritores y escritoras en un Programa de protección de testigos para protegerlos cambiándoles algo de su identidad conocida. O hacerlos caer en las trampas que deja, para que revelen sus crímenes en vida y restituir su santidad a la criminalidad merecida. Los Perfiles no están cohesionados, son disímiles. Por eso es que no se trata de una serie lineal. Libro de retratos, libro de perfiles para un perfilador.
Para cerrar. Genealogía, filiación, incrustación, encadenamiento y taxinomía. Se ha descrito las formas de abordaje en que fue abordado Javier Fernández Paupy y cómo refleja todo eso el libro. Javier fue articulando todo esto en el entramado de citas y notas sueltas que nos dejó. Es ahí en donde el lenguaje de las escritoras y escritores que fue recortando, se vuelve dialecto: uno oscuro y primitivo, que entrecruza las vidas y los pensamientos y el accionar de todos ellos en una especie de juego de espejos enfrentados generando imágenes infinitas, en un sistema de reflejos enturbiados, y de coordenadas inexactas, falladas. Javier llevó a cabo este experimento, con la mezcla del coleccionista y del físico: por un lado, se trata de un lector serial y voraz, pero exquisitamente selectivo. Por otro lado, la rigurosidad experimental con la que lleva a cabo este juego, ejecutado con una mano tenue y con observaciones moderadas para no condicionar el objeto observado, propio del físico que está llevando a cabo uno de los experimentos más cruciales de su carrera. Por último, adivino que hay un proyecto secreto detrás de este libro. Se trata de un proyecto indirecto y tal vez inconsciente: el de ser un mapa, una suerte de enciclopedia de bolsillo de autores de todo tipo y forma: consagrados, difamados, fracasados, clandestinos, best sellers, populares, infames, impopulares, desconocidos, legibles, ignotos, inhóspitos.
Y detrás de esta operación enciclopedista de aglutinarnos a todos en un solo y único volumen conciso, se abre esta pregunta algo jodida, maliciosa, juguetona, y con la pregunta puedo visualizar la sonrisa equivalente de JFP dibujándose en sus ojos y en su boca torcida, esa sonrisa sutil del autor que solo aparece cuando dice alguna maldad sutil e inocente. La pregunta es: ¿Acaso Javier se está burlando con este sistema de referencias, con este anecdotario de autores, de todas estas categorías anteriores? ¿Acaso les está haciendo semblante, y está queriendo decirnos de manera subcutánea que toda escritura está destinada al fracaso residual? Tal vez existe un pequeño triunfo, o goce excedente, precisamente por el acto de fallar y de perder y de estar destinada al fracaso. Dadas estas condiciones inerciales, la única salida que queda, inexorable, infinita, endémica: es seguir escribiendo. Se trata de una suerte de presente continuo de la escritura como constante cosmológica de los que escribimos. Una especie de falla geológica en la letra tan sistémica como estructural, apoyada en nuestros fantasmas y cosas perdidas, nos lleva a repetir el acto día a día, acompañado de lecturas constantes. Por eso es que JFP nos estuvo burlando a todos los lectores de este libro, con esta presentación de autores disímiles, heterogéneos, metiéndolos en una misma aparente bolsa de felinos.
Escritoras y escritores que escriben en dialecto infinito, al infinito. Escritores que escriben en presente continuo, como Hugo Savino, Néstor Sanchez o Carlos Correas, aunque estén escribiendo sobre el pasado. Las frases se van poniendo persistentes a medida que cruzas el libro de Fernández Paupy. Y empiezan a aparecer, como formas sinuosas, daguerrotipos, diapositivas, que al aparecer bajo nombres de otros, una y otra vez, exigen ser reconocidos. ¿Literatura de montajes, de fragmentos o fantasmagoría? De cualquier manera, la pregunta es irrelevante, estúpida. Los fantasmas son los que el libro te deja proyectar, y en todo caso, no son más que tuyos, me digo. Y de esto te vas dando cuenta recién cuando lo terminas: una especie de vacío, un vacío que no queda otra que mal llenarlo con otras notas, con otros rastros, para volver a atacar al libro más tarde y que se establezca algo parecido a una lejana reciprocidad.
Como corolario del vórtice implacable en el que mete a los autores, hay una especie de restablecimiento de orden y de caos, en su justa medida, una suerte de ajuste de cuentas indirecto, nunca planificado. Mucho estarán tentados de decir, que se trata de su justicia poética personal , cuando en realidad, se trata de una fina memoria descriptiva de los ritmos de la lengua y los dialectos que se producen al interior de la misma. Un camino de notas sueltas, se termina volviendo un camino de incrustaciones.
Sergio Rienzi
“Néstor Sánchez, en una entrevista publicada en 1987, en la revista Cerdos & peces: “La narrativa y la poesía tienen una esencia única: el ritmo de la lengua. Eso es lo único que cuenta: tener voz propia:” Javier Fernández Paupy, Picando piedras. Notas de lectura, p. 42.